Unas veces en las que al salir (en este caso he tenido el
placer de liar a mi madre para que viniese conmigo y al salir no podíamos para
de comentar, de hablar, de opinar. Idoia siento que no pudiese venir, te
perdiste una de las grandes obras de la temporada) sabes que has presenciado
un milagro. O lo más cercano a él.
Una obra, un texto, algún elemento te atrapa, te emociona y
ya no te suelta. Eso es lo que me ha ocurrido con esta obra. Tenía ganas de
verla, pero no me imaginaba lo que me iba a encontrar. Las heridas del viento es la historia de tres personajes. Dos en
escena, uno muerto. Este último marca a través de unas cartas la vida de los
otros dos. Para siempre.
Es la conversación del hijo con el “amante”. Sí, el amante.
En masculino. Porque Kiti Mánver interpreta a un hombre. Y ves a un hombre, no
a una mujer haciendo de hombre.
Su entrada en escena vestida de mujer es un juego para el
espectador. Rubia, maquillada, escotada. Todo lo que el hijo cree que será la
amante de su padre. Pero las cartas de amor que ha encontrado entre las cosas
heredadas están firmadas por un hombre. JUAN.
Y ahí empieza la transformación de la Mánver. Se quita la
peluca, se quita las pestañas postizas, se quita el pecho y llega Juan. “El
amante "o no, según se mire. O según interpretes el final de la obra.
De lo que hubo en el pasado, de lo que fue real y lo que no.
Y de las diferentes preguntas que nunca podrán ser contestadas porque el tercer
ser de la obra, el amado, ya no está. Está muerto y solo es un fantasma que no
da respuestas.
La obra habla de la soledad, de arriesgarse, de dejarse
llevar hasta el final por los sentimientos pasionales, avivados por unas cartas
enviadas durante 40 años que resultan ser solo hojas en blanco.
Pero esto es lo único que le hace falta al personaje de Juan
para atar su vida a un hombre. Y ello le arrastra a una soledad de por vida. El
cruce con el hijo, le hará replantearse todo de nuevo, revivir una historia que
le atormenta desde siempre.
El hijo deberá enfrentarse a una imagen de su padre que
desconocía, y a toda la influencia que tiene todavía en él. Y aquí se da una de
las grandes frases de la obra “David,
levanta y enfréntate al Goliat muerto que es tu padre”.
Porque aquí radica una de las grades bazas de la obra. Su
texto. Esos diálogos maravillosos y llenos de ingenio, belleza y verdad que
Kity Mánver borda al interpretarlos.
Suelo ser muy pasional y utilizo muchos adjetivos
superlativos cuando algo me gusta mucho.
Pero el post de hoy no es para poner por las nubes esta obra y a esta actriz (podría decir de ella que siempre he pensado que era buena, pero que al salir del teatro ha pasado a estar en mi categoría de extraordinarias).
No. Este post es una carta de amor. Esa que Juan no recibió
aunque él crea que sí. Es una carta de amor al personaje de Juan, a ese hombre
viejo y solitario pero lleno de sabiduría. A ese hombre apasionado capaz de
amar a un hombre con el que nunca tuvo nada. Al que termina la obra, amando un
poco al hijo de este. Al hombre que enfrenta al hijo con la idealización de su
padre.
También es una carta de amor a Juan Carlos Rubio, al que no
tenía el placer de conocer y del que me llevo su texto grabado. Es una carta de respeto hacia una escritura de guión arriesgada y valiente.
Y por último y sobretodo, una carta de amor a La Mánver,
porque ya no es Kity Mánver,no. Ya es La Mánver, con mayúsculas. Una de las
grandes. De las extraordinarias.
Querida Mánver, ver tu transformación en Juan ha sido un
flechazo para mí. He hecho el viaje contigo como espectadora, te he acompañado en tu descubrimiento. Y ha
sido un verdadero honor. Estás maravillosa en esta obra. Simple y llanamente.
Nos veremos en otros
teatros. Lo sé. Porque estaré allí para verte.
Se acerta tanto al pùblico que el escenario se hace nuestro. BRAVO. La elecciòn de la mùsica Italiana tambièn es un acierto BRAVISIMO
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